Uno de los peligros más frecuentes a los que nos vemos expuestos/as los/as profesionales y amantes de la nieve, son los aludes.
En ETEVA amamos y respetamos la Naturaleza, pero también entendemos que puede llegar a ser muy peligrosa e incluso letal cuando despierta su furia, y las avalanchas son la forma de hacerlo en los terrenos nevados. Pero, ¿cómo y por qué se forman los aludes?
Un alud es la consecuencia de diferentes factores que resultan en un desprendimiento de una gran masa de nieve que gana velocidad a medida que va recorriendo la pendiente. Esto hace que existan distintos tipos de aludes, desde pequeños desprendimientos que no pasarán de un susto a enormes avalanchas que arrasan con todo lo que encuentran a su paso.
Las causas por las que se producen los aludes pueden ser internas o externas.
Si hablamos de causas internas, el origen más común para la formación de la avalancha es cuando el manto de la nieve no es homogéneo ni tiene la misma textura en distintos puntos. Ello hace que el propio peso de la nieve se deslice debido a la gravedad. Este hecho de que el manto no sea uniforme, se produce debido al tipo de nieve que cubra la montaña (seca o húmeda) y a las condiciones meteorológicas (si ha dado más o menos el sol en un punto, subidas de las temperaturas, lluvias…).
Por ejemplo, si la temperatura aumenta de manera considerable en poco tiempo, hace que la consistencia de la nieve se reduzca y aumenta el riesgo de avalanchas, sobre todo en aquellas zonas donde ha pegado más el sol. La lluvia actúa como responsable cuando hay una gran cantidad de nieve en un terreno y moja la capa de la superficie, haciendo que el peso de la misma aumente y se convierta en una capa propensa a deslizarse y arrastrar ingentes cantidades de nieve.
Afortunadamente, los aludes cada vez están más controlados en el sentido de previsión de los mismos, y es importantísimo que hagamos caso de los distintos grados de peligro de avalanchas. Divididos del 1 al 5, a partir de 3 debemos considerar la oportunidad de no adentrarnos en el terreno.
Pese a que a día de hoy disponemos de distintos sistemas para evitar quedar sepultados por la nieve, y en caso de que suceda, nos puedan encontrar rápidamente, la mejor opción es ser previsores/as y no adentrarnos en terrenos peligrosos que nos puedan costar un mal susto.